¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te divinizo? Mi presencia en ti es dinámica, transformadora. Por mí, el Padre te hace partícipe de “la naturaleza divina” (2P 1, 4), te comunica su propia vida (Cf. Jn 3, 3-5). Esta transformación del fondo de tu ser te vuelve “gracioso” a los ojos del Padre y capaz de complacerle de verdad.
¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te purifico? ¿A que es verdad que necesitas renovarte, convertirte, purificarte? Porque no vives siempre como debiera un hijo de Dios. Te purifico ayudándote a reconocer tu verdadera culpabilidad ante Dios (Cf. Jn 16, 8-10). Suavizo tu corazón para que no persistas en tu orgullo. Curo tus heridas y renuevo el fondo de tu corazón. Los sacramentos son auténticos baños de juventud que te invitan a dejarte rejuvenecer. ¿Recuerdas esta oración, tomada de la liturgia de la Iglesia, con la que me pides: “Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero”.
¿Sabías que yo, el Espíritu Santo, te animo? Estoy al principio de tu fe. Decía Pablo a los corintios: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, si no es en el Espíritu” (1 Cor 12, 3). También decía Jesús a sus apóstoles que nadie puede ir a Él sin que le traiga el Padre. Es decir, sin el Espíritu que el Padre te envía para que te proyecte hacia su Hijo Jesús. Estoy al principio de tu esperanza. Decía Pablo a los romanos: “Que sobreabunde la esperanza en vosotros por la virtud del Espíritu Santo” (Rm 15, 13). Gracias a mí puedes vivir intensamente el momento presente y afrontar y vencer las tentaciones cotidianas y frecuentes de la vanidad, el desánimo, la inquietud o la angustia.
También estoy al principio de tu caridad. Gracias a mí puedes amar al Padre con todo tu corazón y ofrecerte a El. Gracias a mí también puedes amar a Jesucristo y amar a tus hermanos, con el mismo corazón de Dios, con ese “corazón nuevo” que pides que Dios te dé. Por último, estoy al principio de tu conducta moral. Gracias a mí puedes vivir las Bienaventuranzas evangélicas. Puedes vivir algunos de estos frutos (del Espíritu Santo), de los que habla Pablo: “amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí” (Gál 5, 22-23).
LA DISPOSICIÓN QUE TENGAMOS PARA ESCUCHAR LA SANA ENSEÑANZA, NOS CAPACITARÁ PARA REALIZAR UNA BUENA REFLEXIÓN.
PARA SABER REFLEXIONAR, ES NECESARIO GUARDAR SILENCIO, ESTO NOS AYUDA A PENSAR ANTE DE ACTUAR.
EL PENSAMIENTO DEL HOMBRE ES INSUSTANCIAL, DEBE DE SER FORTALECIDO Y ESTAR CENTRADO EN EL PENSAMIENTO DE DIOS. DE LO CONTRARIO, NUESTROS JUICIOS SERAN MERAMENTE HUMANOS. SIN NIGUN FUNDAMENTO QUE NOS CONDUZCA A UNA VIDA DE RECTITUD.
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